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“La moda y el campo están totalmente conectados”, Kavita Parmar | Personajes Agro

14/04/2022
Kavita Parmar

Cuando todavía estaba en la universidad, Kavita Parmar ya había iniciado su carrera en la moda. Ayudaba a marcas internacionales a hacer su producto con artesanos en países asiáticos. Grandes marcas confiaban en ella.

Precisamente, su amor por la artesanía la llevó a fundar, en el 2001, sus propias marcas: RAASTA y SUZIE WONG. El objetivo era buscar a los mejores artesanos y realizar la fabricación en Europa. Lo hizo, además, en un momento en el que las firmas más importantes llevaban su producción a Asia. Solo siete años después, contaba con más de 400 puntos de venta en diferentes países y una tienda propia en el corazón de Madrid.

Años después, Parmar se decidiría a lanzar The IOU Project, que buscaba que los consumidores se cuestionaran su relación con los productos que compraban. Y en el 2022, ese proyecto sigue siendo una realidad y también un éxito, aunque esta diseñadora lo mida en tuits y no en facturación.

Parmar advierte que en Europa “tiramos nuestra lana”. En su lugar, se importa de Nueva Zelanda, con los costes económicos y medioambientales que ello supone. Lo explica porque sabe bien que “el campo y la moda están totalmente conectados”.

Kavita Parmar fue una pionera en esta nueva forma de consumo y, hoy, se lo cuenta a Cocampo.

PREGUNTA. Usted reivindica la artesanía y al artesano, ¿hay que ponerlos en el centro?

RESPUESTA. Sin ninguna duda. Especialmente en el momento que estamos viviendo. Al final, la artesanía y el artesano tienen mucho que ver con cómo interactuamos con el mundo. El ser humano siempre ha tenido la necesidad de crear entre el caos que encuentra. Y eso es la artesanía: crear con tus propias manos. Antiguamente, era la base de todos los comercios, pero con la Revolución Industrial, hace 150-200 años, apartamos este oficio y hemos preferido la cantidad. El resultado, ciertamente, ha sido bueno a corto plazo, pero a largo plazo está claro que no sirve.

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Foto: XTant, evento anual que organiza The IOU Project

Como seres humanos, necesitamos crear, necesitamos hacer algo con nuestras manos y sentirnos útiles. Y estamos en el momento en el que tenemos la oportunidad de replantear los sistemas, porque los antiguos ya no nos valen, y quizá tenemos que mirar hacia la artesanía y al artesano, porque tienen muchos valores que nos pueden hacer entender el futuro de otra manera: la calidad. Para los artesanos el éxito es la calidad, no la cantidad. Y hacia eso debemos mirar, porque en un planeta circular y de recursos finitos, no podemos tener un sistema de crecimiento infinito.

P. ¿Cómo puede un consumidor, que al final va a comprarse una prenda de ropa o un producto, darse cuenta de esto, ver lo que hay detrás?

R. La oportunidad que tenemos es la razón por la que creo que mi proyecto tiene mucho que ver con el momento que estamos viviendo. Hace 20 años quizá no era posible plantear lo que yo hago, que es dar trazabilidad y transparencia en las cadenas de producción. Ahora tenemos una posibilidad con la cantidad de datos a los que podemos acceder y también la necesidad que tenemos como seres humanos de saberlo todo. De niña tenía que ir a una biblioteca, pero hoy en día no tenemos paciencia, queremos saber y tenemos la capacidad de saberlo todo. Si tenemos esa capacidad sobre cosas banales, ¿por qué no saberlo todo sobre el impacto que tenemos en el mundo? También tenemos la capacidad de colaborar masivamente, que antiguamente no se podía. Tú hacías algo y si no tenías audiencia dentro de tu pueblo, fracasabas. Pero hoy en día puedes crear tu pueblo virtualmente. Un producto necesita unas 2.500-3.000 personas para que un artesano pueda vivir de ello y hoy en día es fácil conseguirlo. Esto es lo que nos da la urgencia de, en este momento que estamos viviendo de desarrollo tecnológico y con la necesidad que tenemos de saber, empujar hacia lo interesante que es saber de dónde vienen las cosas, quiénes son los seres humanos que están detrás. No podemos estar comprando ‘low cost’, que en realidad es ‘high cost’, pero no sabemos qué costes reales tiene y le estamos pasando la factura al futuro. Cada día el futuro está más cerca y lo estamos viviendo: la contaminación, la falta de trabajo digno… Si no queremos comprar un producto a un precio real, ¿por qué la gente nos va a querer pagar a nosotros nuestros sueldos reales?

Lo que intentamos hacer es reeducar y explicar que no, que lo que no hay que hacer es comprar, lo que hay que hacer es aprender a hacer. ¿Cuánta gente aprendió a hacer pan en el confinamiento? Quizás podemos aprender a hacer las cosas, como coser un botón, para poder volver a utilizar la prenda. Y creo que esto es muy importante: reeducar a la gente. Tenemos la capacidad de poder cambiar con nuestros actos y tener un gran impacto.



The IOU Project: la idea de Kavita Parmar

P. ¿Y cómo lo hacen? ¿En qué consiste el proyecto?

R. Yo empecé con esto en 2010, primero enseñando que esto era posible. Creamos una plataforma open source, donde cada prenda tenía un código QR y escaneándolo podías ver quién era el artesano que tejió el textil, quién era la persona que hizo la prenda, que se hacían entre España, Portugal e Italia, y tú como cliente podías poner tu foto para que el artesano también pudiera ver quién lo compró. Era muy importante y necesario que la información no solo fuera para ti, como consumidor, sino que ellos, los artesanos, también supieran quién había comprado su producto. Esa información nos da una responsabilidad compartida, de hacer las cosas bien porque sabes a quién le va a ir, quién lo está comprando, asegurarte que es de buena calidad y que le estás dando el valor que debe tener y, como consumidor, pagar el precio correcto.

No puedes pagar lo mismo por un bocadillo que por un producto que hay que plantar el algodón, recogerlo, hilarlo, tejerlo, coserlo, cortarlo, meterlo en una bolsa y mandarlo al otro lado del planeta y que luego te lo compres en una zona cara de la ciudad y que cueste menos que un bocadillo. Entonces te preguntas: ¿cómo puede ser? Este tipo de preguntas eran las que yo quería que se pasaran por la cabeza de los consumidores. No solo la responsabilidad del cliente, también de las personas que hacemos las cosas, para hacerlas con calidad y que sean duraderas.

Esa transparencia era muy importante y es lo que hicimos. Y fue muy revolucionario. Intenté hacerlo de forma que marcas de lujo pudieran también utilizarlo y me pasé un año y medio intentando convencer a esas marcas de que lo usaran, pero nadie quería utilizarlo. No querían que la gente supiera quién era el artesano. Con esa frustración, decidimos montarlo nosotros para demostrar que era posible y que hay una creciente necesidad de los consumidores que quieren saber de dónde vienen las cosas. Así, en 2011, lanzamos The IOU Project y tuvimos mucho éxito. La reacción fue increíble, salimos en muchos blogs, revistas o incluso en Naciones Unidas. Nos llamaban de todos lados.

Entonces hice un hashtag que se llamaba #WhoMadeMyClothes para demostrar que la gente quería saberlo y que si una marca pequeña podía hacerlo, ¿por qué no las grandes? En los dos primeros años, ese hashtag no tuvo mucho éxito, pero en 2013 hubo un accidente muy triste en Bangladés, donde murieron 1.100 personas en una fábrica que se quemó porque la cerraron desde fuera para no dejar que los trabajadores salieran a la calle porque querían que trabajasen y llegar a tiempo. Ese accidente generó un movimiento en Inglaterra, que se llama Fashion Revolution, y usó ese mismo hashtag.

Desde entonces, no hemos parado. Mi objetivo era ‘desnudar’ y enseñar quién hay detrás de los productos. No podemos luchar por nuestra calidad de trabajo, si no luchamos también por la calidad de trabajo de las personas en Bangladés. Para mí, vivimos en una nave espacial llamada la Tierra y todos somos tripulantes, aquí no hay nadie de pasajero y el trabajo duro tenemos que hacerlo todos. 

P. Al final, usted es pionera en esto: en intentar cambiar la mentalidad de los consumidores y conectarlos con lo que están comprando…

R. Como seres humanos, nos encantan las historias. Somos contadores de historias. Cada vez que hablamos con alguien, lo que hacemos es contar una historia. Y la forma en la que podemos empatizar con algo es con la historia de los productos. Lo que ha hecho la industrialización es divorciarnos de todo el proceso y tener solo una relación bastante superficial con lo que compramos.

Antiguamente, cuando tú querías algo, una camisa por ejemplo, te ibas a ver a un señor que cortaba y cosía la camisa a tu medida. Veías toda la cadena de valor y entendías lo que costaba. No podías engañarles o intentar pagarles menos. Hoy en día, como las cosas vienen de tan lejos, yo creo que la gente cree que una zapatilla sale de una máquina, que no hay seres humanos detrás. La realidad es que muchos de los trabajos están hechos tan lejos porque lo que estamos haciendo es buscar la mano de obra más barata.

La globalización no es un concepto nuevo. El ser humano siempre ha llevado lo mejor de su cultura y la intercambia con lo mejor de la otra. Y ahora lo que hacemos es buscar mano de obra barata o materia prima barata. Es otra forma de esclavitud. Pensamos que no hay esclavitud en el mundo, pero nuestra forma de hacer negocio se basa en ella. Hay que ser honestos y darnos cuenta de que no podemos continuar de esta forma.

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Foto: XTant, evento anual que organiza The IOU Project

Lo que hay que hacer es: primero, reeducar a la población en la responsabilidad que tenemos como personas, que no podemos consumir sin saber de dónde viene; segundo, reducir el consumo y consumir más el proceso, el conocimiento, el saber hacer, más que el producto final; tercero, reciclar todo lo que hay, lo que existe… que antes de comprar algo nuevo, lo compremos de segunda mano. Hay muchas soluciones a las que podemos mirar y que son oportunidades incluso de nuevos negocios.

Cuando hablo de esto hay quien piensa que va a colapsar la economía si no consumimos, pero es que quizás consumamos otras cosas: experiencias, educación, el saber hacer… Puede que podamos crear nuevas formas de consumir.



Moda con conciencia ecológica

P. Con todo esto, nos damos cuenta de que la moda no es sostenible ni social, ni económica ni medioambientalmente… 

R. La moda es una de las industrias más nocivas para el planeta y para el ser humano. Hay suficientes estudios que nos dicen que la moda hace mucho daño. La moda de los últimos 50-60 años, claro, que ha sido la moda desechable, la mal llamada ‘democratización de la moda’… Pero no hemos democratizado nada, hemos bajado la calidad de todo y que la gente compre algo barato y que no le dure nada. Cuando lo miran en términos globales se dan cuenta de que no es barato realmente. Además, hemos vendido este cuento de reciclado, pero cuando dicen que las prendas están hechas de, por ejemplo, plástico reciclado, es una mentira. Siempre hay que añadir plástico nuevo. Una botella no pasa a ser una camiseta, es imposible.

P. ¿Entonces qué hacemos?

R. Lo que hay que hacer en realidad es replantear nuestra forma de consumir la ropa y también la calidad de trabajo. Piensa que el algodón viene de Estados Unidos, después se va hasta China, se hila y se teje allí, después en otro lado se corta y se cose y luego nos llega. Eso es una locura. Hay que crear sistemas de producción más cercanos a nosotros.

En el norte de Europa y en España estamos tirando nuestra lana, la estamos quemando, porque no hay nadie que la hila y la teja. La estamos trayendo de Nueva Zelanda porque es más barata, pero no contamos el coste de traerla ni de quemar nuestra lana.

Hemos inventado un sistema que es falso, que no cuenta toda la verdad y en el que decimos que el que lo ha creado es el más rico. Y ahí es donde, precisamente, tiene mucho que enseñarnos la artesanía, porque se basa en la comunidad, en crear cosas intergeneracionales, siempre innovando… Pero en los últimos 150 años, la industria quitó toda la innovación de la artesanía porque se la apartó del comercio. Si lo volvemos a poner en el centro, se puede innovar en nuevas materias, pero con el saber hacer del artesano y producir pequeñas cantidades más cerca del punto de venta. ¿Por qué necesitas comprar una camiseta que viene de China? ¿Por qué no se puede hacer al lado de tu pueblo? No se hace nada en China que no se pueda hacer aquí.

La moda tiene mucha responsabilidad y, por esa razón, lo que hay que hacer es replantear todo desde cero. Y las grandes empresas no lo van a hacer, porque a ellas les va bien. El cambio tiene que venir de abajo, que muchas personas nos juntemos y podamos ofrecer una alternativa real a los clientes.

P. Sin embargo, su proyecto ha demostrado que la moda puede ser sostenible. ¿Qué hace falta para que esas grandes empresas que menciona se den cuenta de esto?

R. El problema es de base. En cualquier sistema, cuando hay falta de diversidad, se crean pirámides en las que se crean parásitos. Ese sistema se acaba agotando y se cae. Un sistema que no es diverso, es un sistema muy frágil. Y en la moda parece que hay mucha oferta, pero cuando investigas, realmente son siete u ocho grandes empresas las que están detrás de las marcas de ropa. Cuando alguien se hace tan grande, no es ágil ni capaz de cambiar rápidamente. Estamos en la época de la transformación digital y de las nuevas tecnologías y nuevas formas de hacer las cosas. Y esos cambios se van a dar muy rápido y será necesaria la capacidad para cambiar muy rápido. Ahí fallarán los grandes, porque, para que un grande cambie, necesita mucho tiempo. Por eso, tenemos ahora una puerta abierta donde los pequeños pueden ser la respuesta a lo grande.

P. ¿Cree que su proyecto ha tenido éxito?

R. Lo que hay que cambiar es la mitología y la forma de definir el éxito. Mucha gente me pregunta si defino IOU como un éxito. No he llegado a vender 60 millones de prendas ni a facturar 60 millones de euros, pero el año pasado hubo 60 millones de tuits que usaban el hashtag #WhoMadeMyClothes. Y eso para mí es un éxito.

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Foto: XTant, evento anual que organiza The IOU Project

Mi proyecto perseguía cambiar la forma de pensar de la gente. No quería ser el más grande del mundo, ni tener el yate más grande o comprarme un cohete e ir a Marte. Ese no es mi éxito y ese es el relato que hay que cambiar. Ese relato debe venir de cualquier persona que tiene un altavoz. Es nuestro deber como sociedad cambiar nuestros relatos y que el relato de éxito sea sobre el valor que hemos creado para la humanidad, para otra gente a nuestro alrededor, no cuántas casas tenemos ni cuánto dinero hemos acumulado en nuestra cuenta bancaria. La persona más rica del mundo no hace que el mundo sea más feliz.

Queremos comunidades diversas en las que haya muchas personas a las que les va muy bien, en lugar de poca gente a la que va muy bien y casi el 90% de la población que le va muy mal. Podemos tejer redes neuronales donde muchos pequeños puedan juntarse y dar respuesta al mercado de una forma mucho más ágil. Hay que inventar nuevos sistemas, no ir hacia atrás y rescatar viejos sistemas. Eso es lo que más me motiva: impulsar empresas de cocreación, que pueden ser muy grandes, porque aglutinan muchas pequeñas, para dar respuesta a un mercado muy grande.

Conexión moda y medio rural

P. ¿Qué conexión existe entre el campo, el medio rural, y la moda?

R. Toda la conexión. La moda está muy conectada con la tierra. Si lo piensas, casi toda la materia prima viene de la agricultura o de los pastores. De hecho, cuanto más cerca podamos traer la moda, mejor impacto tendrá.

Yo soy mentora de algunos proyectos que se llaman ‘farm to closets’, es decir, desde el campo a tu armario. En esos proyectos hay una trazabilidad real, saben dónde crecen la materia primera, conocen el nombre del agricultor, de quién teje…  Todo en un radio de unos 100 kilómetros de distancia. Creo que eso es el futuro, crear estos círculos virtuosos lo más cercano posible, para que el impacto sea real.

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