Agricultura intensiva: qué es, características, ventajas y desventajas

31/1/2024・por Emma Oporto

Agricultura intensiva: qué es, características, ventajas y desventajas

El reto de alimentar a una población mundial creciente no es nuevo. En los años 60, este desafío llevó a la denominada Revolución Verde, con la que aumentó la producción de alimentos y se garantizó la seguridad alimentaria.

Esta transformación impulsó la agricultura industrial, con un enfoque de producción basado en modelos agrícolas y ganaderos intensivistas que, si bien conllevan el incremento de la productividad, no consideran las repercusiones medioambientales.

Ahora, el desafío vuelve a presentarse, acompañado de un incremento en la preocupación por el impacto ambiental de las prácticas agrícolas.

En 2050, la población mundial alcanzará los 10.000 millones de habitantes y la producción deberá aumentar en más de un 50%. La necesidad de satisfacer la creciente demanda de alimentos ha llevado a hablar de una segunda Revolución Verde.

Sin embargo, el cambio climático y el interés creciente en enfoques más sostenibles requieren una producción de alimentos que preserve los recursos naturales, la biodiversidad y la salud del suelo.

La agricultura intensiva se sitúa en el centro, al tratarse de una pieza clave para la alimentación de las personas. En este artículo, se explica qué es y cuáles son sus características.

¿Qué es la agricultura intensiva?

Para empezar, conviene entender a qué se denomina agricultura intensiva.

El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA) plantea una definición de agricultura intensiva, en la que la describe como “aquella que realiza un uso importante de los medios y factores de producción, destacando el factor agua”.

El concepto de agricultura intensiva supone maximizar el rendimiento de los cultivos, obteniendo la mayor producción por unidad de superficie cultivada, tal y como ocurre en las economías de escala.

Características de la agricultura intensiva

Este modelo se diferencia de otros tipos de agricultura por:

Maximización de la producción en un espacio limitado

Se caracteriza por explotar al máximo el suelo, con un elevado número de plantas por superficie y un uso intensivo de los medios de producción,  

Estos últimos comprenden desde la maquinaria hasta los insumos como, por ejemplo, los fertilizantes, los fitosanitarios y el regadío

El propósito que se busca con esto es generar el máximo beneficio posible de cada hectárea cultivada sin tener que incrementar la extensión de tierra. 

Fuerte inversión en tecnología y maquinaria

La agricultura intensiva conlleva una importante inversión en maquinaria y tecnología para optimizar el trabajo agrícola.

Uso de insumos: fertilizantes, plaguicidas y semillas seleccionadas

El empleo de insumos, como fertilizantes, plaguicidas y semillas seleccionadas, es otra de sus principales características.

Los fertilizantes proporcionan nutrientes esenciales para el crecimiento de las plantas, como el nitrógeno, el fósforo y el potasio.

Los productos fitosanitarios (plaguicidas y herbicidas), por su parte, protegen los cultivos de plagas y enfermedades.

De igual modo, se emplean semillas seleccionadas con el fin de maximizar el rendimiento y conseguir una producción uniforme.

Especialización en monocultivos

La búsqueda de altos niveles de productividad conduce a la utilización del monocultivo, que consiste en la siembra de una única especie en una extensión de tierra.

Con esta práctica se simplifican las labores de siembra, riego, fertilización y cosecha.

Necesidad de sistemas de riego eficientes

En la agricultura intensiva, el riego desempeña un papel fundamental. Los cultivos intensivos exigen que se les suministre agua constantemente. A través del riego es posible alcanzar una elevada productividad en una menor extensión de terreno, que es justamente el fin de este modelo.

Como consecuencia, se utilizan sistemas de riego eficientes, como el riego localizado, que optimizan el uso del agua.

Ventajas de la agricultura intensiva

Dadas sus características, la producción agrícola intensiva cuenta con beneficios económicos y sociales:

Alta productividad y eficiencia

Este modelo de agricultura logra una productividad superior en comparación con otros métodos, lo que se traduce en mayores ingresos para los agricultores.

La incorporación de maquinaria moderna y tecnología agrícola hace posible minimizar la necesidad de mano de obra y acelerar los ciclos de producción. En consecuencia, se disminuyen los costes.

Capacidad para satisfacer la demanda alimentaria global

En la agricultura intensiva, las plantas se pueden cultivar fuera de su temporada natural, lo que incrementa la disponibilidad de alimentos durante todo el año.

Esto contribuye a garantizar la seguridad alimentaria y a satisfacer la creciente demanda de la población mundial, incluso en épocas del año inusuales.

Menor necesidad de superficie de tierra en comparación con la extensiva

Concentra la producción en menos superficie y, por tanto, se requiere menos espacio para producir.

Así pues, se puede llevar a cabo una mayor optimización en el uso del suelo y destinar otras áreas de la parcela a diferentes actividades productivas.

Mayor control sobre la producción y cosechas más estables

El empleo de tecnología, insumos y semillas seleccionadas de forma controlada, así como el monocultivo, ayuda a regular mejor la producción. Como resultado, se dispone de una producción más heterogénea.

Desventajas y consecuencias de la agricultura intensiva

La agricultura intensiva tiene como objetivo alcanzar la máxima producción en el menor tiempo y espacio posibles, lo cual genera beneficios a corto plazo, como se ha visto. 

Pero, a largo plazo, tiene efectos negativos en el medio ambiente y la economía:

Impacto ambiental: contaminación de suelos y acuíferos

El uso excesivo de fertilizantes y pesticidas es una de las principales fuentes de contaminación ambiental en la agricultura intensiva.

Estos productos resultan fundamentales para mantener la productividad, ya que aportan los nutrientes necesarios para el crecimiento de las plantas. Sin embargo, su aplicación intensiva altera la composición del suelo, modifica su pH y desgasta la microfauna que contribuye a su fertilidad.

También, los nutrientes y químicos que las plantas no llegan a absorber se filtran hacia los acuíferos o escurren hacia las aguas superficiales, contaminando los ríos y lagos. Este fenómeno genera desequilibrios en los ecosistemas acuáticos.

Alto consumo de recursos hídricos y energéticos

Demanda un uso muy elevado de agua y energía. El riego constante, junto con el funcionamiento de maquinaria y sistemas de bombeo, aumenta el consumo energético.

Asimismo, la producción y aplicación de fertilizantes químicos representa otro gasto energético.

El alto consumo de agua, sobre todo en las regiones áridas, provoca el agotamiento de acuíferos y la degradación del suelo por salinización.

Por otro lado, la dependencia de energía fósil incrementa las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).

Pérdida de biodiversidad y degradación del suelo

El monocultivo, o sea, la siembra de una sola especie de manera reiterada, merma la diversidad genética y hace los sistemas agrícolas más vulnerables a plagas y fenómenos climáticos extremos, como la sequía. Esta pérdida de biodiversidad afecta además de a los cultivos, a la fauna y la flora del entorno.

La sobreexplotación del suelo mediante la utilización excesiva de maquinaria pesada y productos químicos conduce a su degradación y pérdida de fertilidad. Con el tiempo, los terrenos intensamente cultivados pueden volverse improductivos y acabar requiriendo mayores dosis de fertilizantes para mantener su rendimiento.

Dependencia de combustibles fósiles y productos químicos

La siembra intensiva está sometida al uso de combustibles fósiles para poner en funcionamiento la maquinaria agrícola y para la fabricación de fertilizantes y pesticidas.

Esta dependencia incrementa los costos de producción y contribuye al cambio climático por la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) a la atmósfera. Entre ellos están el dióxido de carbono (CO2) y el óxido de nitrógeno (N2O), un GEI más contaminante que el CO2.

Sin embargo, un estudio de la Universidad de Cambridge, publicado en la revista Nature Food, sugiere que las emisiones de fertilizantes nitrogenados podrían reducirse hasta un 80% para 2050. Es decir, hasta una quinta parte de los niveles actuales.

Lo anterior podría lograrse sin repercutir en la productividad, combinando un uso más eficiente del nitrógeno con la descarbonización de la producción de fertilizantes.

Diferencias entre agricultura intensiva y extensiva: ¿cuál es mejor?

En contraste con la agricultura intensiva, se encuentra la agricultura extensiva, que aprovecha de manera más sostenible la tierra.

La principal diferencia entre una y otra se encuentra en la explotación que realizan de los recursos.

La intensiva busca obtener una mayor producción por hectárea cultivada, apoyándose en tecnología agrícola avanzada e insumos.

La extensiva sigue un modelo más tradicional, con un uso controlado de los recursos naturales y un menor grado de tecnificación, lo que se traduce en rendimientos menores. Como consecuencia, esta última requiere de más superficie de terreno para la producción.

Otra de las diferencias entre agricultura intensiva y extensiva es que en la primera se suele optar por el monocultivo, al maximizar el uso del suelo, mientras que en la segunda se favorece la diversidad de cultivos.

Ejemplos de la agricultura intensiva

El olivar y el almendro son unos de los principales ejemplos de la agricultura intensiva.

En los últimos años, la búsqueda de una rentabilidad superior en la producción agrícola y la necesidad de satisfacer las demandas de los consumidores han hecho que algunos agricultores opten por modelos intensivos y superintensivos en estos cultivos.

Aunque el tradicional sigue siendo el sistema predominante, el 35% de la superficie de olivar del país se encuentra ya en intensivo o superintensivo.

Así, un producto que tradicionalmente se cultivaba en secano ha experimentado una transición hacia el regadío. De acuerdo con el Informe 2023 de Cocampo sobre la Evolución de los Cultivos en España, la superficie de regadío destinada al olivar ha subido un 33,6% entre 2011 y 2020.

De igual forma ha ocurrido con el almendro, que ha pasado de sistemas tradicionales de secano a sistemas intensivos bajo riego.

Estos métodos de cultivo destacan por su rápida entrada en producción. Además, a diferencia de los sistemas tradicionales, se caracterizan por una mayor densidad de plantas por hectárea mediante marcos de plantación menores, lo que resulta en más productos por unidad de superficie cultivada.

Otro ejemplo de agricultura intensiva es la agricultura intensiva de invernadero, enfocada en una mayor producción de productos hortícolas, flores y plantas ornamentales.

El invernadero les permite a los agricultores gestionar condiciones climáticas como la temperatura, la humedad o la luz solar, facilitando la producción de cultivos fuera de su temporada. Además, el poder optimizar la disposición de las plantas, les posibilita lograr una mayor densidad de cultivos.

La agricultura intensiva en España

En España, la agricultura intensiva de invernadero ha aumentado un 31% en diez años, hasta alcanzar las 64.925 hectáreas. Andalucía es la región líder en superficie, con 46.869 hectáreas, lo que supone el 72,2% de la superficie nacional en invernadero, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).

Dentro de Andalucía, se distingue el Mar de Plástico de Almería, en el que se cultivan cerca de la mitad de las hortalizas y frutas que exporta el país, con Alemania y Francia como destinos principales. Asimismo, en Huelva se produce la cosecha intensiva de cerca del 30% de los frutos rojos de la Unión Europea.

El invernadero predomina también en otras comunidades como Canarias (6.527 ha), Región de Murcia (5.578 ha) y Comunidad Valenciana (1.819 ha), que se enfocan en el cultivo de tomates, pepinos, frutas y flores.

Preguntas frecuentes

¿Qué problemas ocasiona la agricultura intensiva?

Este modelo causa la degradación del suelo, reduce su fertilidad, altera su estructura y aumenta la erosión. Además, ocasiona el agotamiento y la contaminación del agua, incrementa las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y eleva los costes.

¿Cómo afecta la agricultura intensiva a la calidad del suelo?

El uso excesivo de insumos químicos disminuye la fertilidad del suelo. Por otro lado, el paso repetido de maquinaria pesada provoca su compactación. Además, la ausencia de cobertura vegetal deja el suelo descubierto y más indefenso ante la degradación.

¿Existen soluciones para una agricultura intensiva más sotenible?

Sí, es posible hacer que esta agricultura sea más sostenible con un manejo adecuado de los insumos, sistemas de riego eficientes, maquinaria ecológica, energías renovables y la adopción de la agricultura de precisión.

Conclusión

La agricultura intensiva resulta necesaria para garantizar la seguridad alimentaria al maximizar la producción agrícola, de manera que no se puede prescindir de ella. No obstante, es vital encontrar un equilibrio entre productividad, rentabilidad para el agricultor y sostenibilidad.

El uso excesivo de los insumos químicos y modelos agrícolas intensivistas puede tener consecuencias negativas, como la pérdida de biodiversidad, la degradación del suelo y la contaminación del agua. En consecuencia, es fundamental avanzar hacia enfoques más amigables con el medio ambiente, como la agricultura regenerativa o la agricultura sostenible.

La consecución de este equilibrio no sólo satisfará la demanda creciente de alimentos por parte de la población, sino que también preservará los recursos naturales y fomentará la salud de los ecosistemas agrícolas para las próximas generaciones.

Fuentes

  • Asociación Española de Municipios del Olivo (AEMO).
  • Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA).
  • Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO).
  • Nature Food.
  • Instituto Nacional de Estadística (INE).

AUTOR

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Emma Oporto

Periodista y redactora en Cocampo, es experta en compraventa de fincas rústicas, hipotecas y desarrollo rural.

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